Según Erik Erikson (1985), psicoanalista estadounidense, la salud mental está relacionada con 8 crisis psicosociales que las personas atraviesan a medida que van avanzando en su vida hasta que alcanzan la vejez. Cada una de ellas vinculada a un periodo determinado de la vida. La última crisis que ocurriría en la vejez, Erikson la llamo la integridad del yo, que supone la aceptación de la propia vida para poder aceptar la próxima muerte, es decir, las personas se sienten contentas, tranquilas sin miedo a la muerte. Las personas mayores que han alcanzado la integridad del yo sienten que su vida ha tenido significado.
Sin embargo, a esta integridad se le contrapone la desesperanza, en donde las personas se sienten deprimidas y aterrorizadas por la cercanía de la muerte.
Cabildo (1991) propone que la salud mental del adulto mayor también dependería de la satisfacción de otras necesidades, tales como: casa y mantención aseguradas, protección a su salud física, compañía, atención, respeto, afecto, tener una ocupación, responsabilidades, sentirse útil, esparcimiento, apoyo psicológico, espiritual o religioso, etc. (En Hernández, 2005)
Dado lo anterior, es que podemos decir que la vejez y el proceso de envejecimiento están caracterizados por muchos cambios, cambios tales como: las pérdidas, la desocupación, la reducción de autonomía, ente otros. Cambios que no todas las personas que están atravesando esta etapa del ciclo vital viven de la misma manera. Si bien, hay personas que la afrontan de manera saludable, otras lo viven con angustia y temor, sumado a la preocupación de tener que lidiar su proceso junto con otras patologías y/o enfermedades asociadas.
La población del llamado adulto mayor en su mayoría es un sector mas bien olvidado, desplazados por los mitos que orbitan a su alrededor, como que son improductivos o incapaces de realizar tareas que requieran destrezas físicas y/o intelectuales. Estos sesgos son propagados en nuestra cultura desde la niñez hasta las etapas siguientes. Muchas personas llegan a la vejez con estereotipos que hacen que estos perjuicios sean tomados como algo propio de la edad y que, por tanto, una vez que estén en esta etapa serán también adjudicables a ellos. (Hernández, 2005)
Es por todo lo anterior, que parte del trabajo preventivo para evitar un mal envejecimiento radica en crear espacios en los cuales las personas que están atravesando por el proceso de envejecer, puedan reflexionar, concientizar e intercambiar impresiones sobre cómo les afectan los distintos cambios que han vivido, tales como los duelos, la viudez, la jubilación, la sexualidad, las angustias, o la muerte. Estos temas requieren un espacio de comprensión y conversación a fin de revisar su experiencia en el propio proceso de envejecer. Aquí radica la importancia de que la población adulto mayor acuda a psicoterapia y pida ayuda, pues el trabajo del terapeuta es acompáñalo en este proceso, permitiéndole a la vez detectar los factores de riesgo que inciden en un mal envejecimiento. (Hernández, 2005)